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Paseando por Trujillo: tras los pasos de Pizarro y Orellana


Trujillo abruma por su historia y sus monumentos. Su pasado romano, visigodo, musulmán y cristiano se siente a través de sus empinadas calles medievales que te llevan a palacios y antiguas iglesias, vigilado desde lo más alto por su imponente Castillo. Trujillo no te deja indiferente. De hecho, seguramente terminarás enamorado de sus encantos, como me pasó a mí.


Trujillo destaca además por ser donde nacieron grandes hombres que la abandonaron para embarcarse en la aventura de la conquista de América, como en muchos otros pueblos de Extremadura que hoy integran la llamada Ruta de los Conquistadores. Partieron en busca de las riquezas y fama que España ya no podía ofrecerles, tras el triunfo de la Reconquista contra los musulmanes en Granada en 1492, el mismo año que se descubrió América, y por ser todos ellos segundos y terceros hijos que según las leyes de mayorazgo no iban a heredar nada del patrimonio familiar, destinado al primogénito, y cuyo futuro solo podía ser las armas o la iglesia.


Entre estos trujillanos conquistadores destacaron Francisco Pizarro, que acompañado por dos de sus hermanos fue el gran explorador y conquistador de Perú, y Francisco de Orellana, descubridor del río Amazonas. En Trujillo nacieron también Gabriel de Ávila, que tuvo importancia decisiva en la fundación de Caracas y en el desarrollo de la Capitanía de Venezuela; Diego García de Paredes y Vargas que participó en la conquista del Imperio inca con las huestes de Francisco Pizarro y fundador de la ciudad venezolana de Trujillo; y, Gonzalo de Ocampo, que también participó en la conquista de Venezuela y fue el fundador de la ciudad de Cumaná.


Cuando llegas a la ciudad monumental, puedes admirarte de como durante el siglo XVI, gracias al éxito de la conquista americana, este pueblo tan pequeño vivió un momento histórico irrepetible, testigo de lo cual se ha mantenido su patrimonio artístico, palacios e iglesias, que construyeron estos hombres con las riquezas obtenidas en su empresa.


Nuestra visita comenzó desde la Plaza Mayor, enorme, rodeada en dos de sus extremos por los arcos que albergaban el antiguo mercado de la ciudad, y presidida por la imponente estatua ecuestre de Francisco Pizarro, obra en bronce del escultor americano Carlos Rumsey con 6.500 kilos de peso, y que deja atisbar el orgullo de la ciudad por su vecino más ilustre.



Detrás de la estatua, en uno de los ángulos de la plaza, la imponente estructura de la Iglesia de San Martín, construida entre los siglos XIV y XV, de estilo románico y renacentista.



Alrededor de la plaza destacan además palacios señoriales, muchos de ellos construidos por estos conquistadores y sus descendientes con las riquezas traídas de América. El palacio de los Duques de San Carlos, hoy convento concepcionista, en cuya fachada destaca uno de los famosos “Balcones de Esquina” que se pueden ver en muchas de las edificaciones de la ciudad.



El palacio más importante de la plaza, se encuentra también en una esquina. Es el Palacio del Marqués de la Conquista, levantado por Hernando Pizarro, hermano del conquistador de Perú, después de que Francisco hubiese muerto en Lima, y su esposa Francisca Pizarro, la hija del conquistador.


Es un soberbio monumento plateresco, también con su Balcón de Esquina bellamente adornado, sobre el cual está esculpido el escudo de Carlos I, cuya utilización autorizó el emperador en 1537. Desde la plaza Mayor, ascendiendo por estrechas y empinadas calles, en nuestro caso pasando a través del Arco de Santiago, llegamos a más palacios, con imponentes fachadas, portales y balcones, erigidos por los Bejarano, los Chaves y los Altamiranos.


Siguiendo por estrechas calles, vemos un alto campanario, hemos llegado a la bella Iglesia de Santa María la Mayor, del s. XIII, estilo románico tardío, cuyos viejos pilares toman asiento sobre una desaparecida mezquita musulmana y que sirvió como iglesia principal de la ciudad, incluso como lugar de enterramiento, de hecho puedes apreciar por los pasillos lápidas que corresponden a miembros de los principales linajes familiares de la ciudad: Pizarro, Orellana, Altamirano, Loasia.



En el interior puede contemplarse un soberbio retablo que contiene 25 tablas pintadas al óleo por Fernando Gallego y el Maestro Bartolomé en torno a 1490, con escenas de la vida de la Virgen y de Jesucristo. Restaurado íntegramente entre 2004 y 2005, nos quedamos un rato sentados observándolo maravillados mientras escuchábamos las explicaciones de nuestro guía. Es maravillo, la foto no le hace justicia:



Y más adelante, siempre subiendo, llegamos al Castillo de Trujillo. ¿Ha oído hablar del Síndrome de Stendhal, también denominado síndrome de Florencia o estrés del viajero? Bueno pues sus síntomas, que se describen frente a la presencia de magnificas obras de arte, es lo que yo siento cuando veo un castillo, y en el caso del de Trujillo así lo sentí. Es magnífico. Imponente.



Fue construido entre los s. IX y XII sobre una antigua fortaleza musulmana, de los tiempos del emirato omeya de Córdoba. Y antes de eso fue un campamento romano. Situado como les dije en la parte más alta de la ciudad conocida como el cerro Cabeza del Zorro, desde allí se puede controlar toda la ciudad y la vasta llanura extremeña. Y es allí donde tu imaginación te lleva a los tiempos de la reconquista y las batallas entre cristianos y musulmanes, porque puedes sentir como desde esa altura vislumbraban fácilmente la llegada del enemigo.


Está construido con bloques de granito, sin ventanas y tiene alrededor 17 torres cuadradas defensivas, dos de las cuales protegen la entrada. Justo encima de la entrada se ha colocado la imagen de la Virgen de la Victoria, patrona de Trujillo, que según la leyenda se apareció sobre la ciudad para ayudar a los cristianos en la batalla contra las tropas musulmanas. Se puede visitar el interior, accediendo a través de esta puerta, y subir y pasearte por sus torres y muralla. El paisaje es maravilloso. También puedes descender a uno de los dos aljibes de la época musulmana que son los restos más antiguos que se conservan. En resumen, valió la pena llegar hasta allí.



Durante el recorrido por la ciudad, puedes visitar un centro de interpretación sobre la historia de la localidad en la Torre del Alfiler y dos museos de gran interés, el Museo de la Coria, antiguo convento franciscano, cuyas salas están dedicadas a glosar la vinculación de la ciudad con la conquista de Nuevo Mundo, y la Casa Museo de Pizarro, donde nacieron sus hermano, dedicado a recordar la gesta de este importante trujillano y su vinculación con América. Esta Casa está en un alto como puedes ver en esta foto



Por allí mismo se encuentra también la Casa Palacio de Orellana, el descubridor, con su respectivo Balcón de Esquina.


Y puedes visitar un aljibe árabe perfectamente conservado, aún en funcionamiento, pero necesitas ir con guía porque lo mantienen cerrado por motivos de seguridad.



Trujillo es encantador, para los amantes de la época medieval o de la historia en general; no tiene pérdida. En cualquier lugar que te detengas sientes como si te transportaras en el tiempo. Así que ya sabes si algún día puedes, acércate hasta aquí. Y otro dato, trata de probar un postre típico de la ciudad llamado “Técula Mécula”, hecho de almendras data de tiempos de los musulmanes y es delicioso. Digamos que ese fue mi propio descubrimiento y conquista.


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